En la guerra contra Midián, los hombres de guerra hallaron más botín que los rehenes y rebaños y vacunos y burros, a los principios de cuyo reparto nos referimos ayer. A ellos tocó devastar las moradas del enemigo y tomaron la riqueza que hallaron, especialmente el oro y las joyas de las mujeres (justamente las joyas de las midianitas, que se decoraron con ellas para derrumbar a los hijos de Israel). A la hora del balance, llegan ante Mosheh los oficiales (los comandantes de cientos y los comandantes de miles), y traen el oro y las joyas que había en su poder, la porción privada de ellos en el botín, como ofrenda para Hashém. El Ramba"n (Najmánides) explica lo que sucede: los comandantes son concientes del milagro y la enorme salvación que hizo para con ellos Hashém, de modo que ninguno de sus hombres recibió ni la más ínfima herida o daño en la batalla; y desde una conciencia recta de la responsabilidad que les cabe por sus hombres, sintieron que el milagro general fue, en cierto modo, de ellos en particular. Como hemos explicado hace poco, el líder se conduce desde la cualidad de un alma colectiva, que incluye a las almas de todos sus liderados; y entonces, ellos traen sus porciones particulares del botín a modo de expiación, de pago por la vida salvada, de todos sus subordinados. Y es necesario ampliar mucho la visión para comprender la profundidad de lo dicho.
Y entonces, llega el turno de los soldados individuales, los guerreros que no son responsables por otros, que salen a la guerra con entrega, bajo las órdenes de sus comandantes. En ellos está bien, lo que en sus comandantes está mal. La expiación por su vida fue pagada ya de las porciones individuales de los comandantes, y entonces, se revela nuestro verso: "Los hombres de la milicia, saquearon cada quien para sí". El valor 828 del verso nos señalará la justicia de lo hecho, en su equivalencia con la orden (Devarim-Deut. 26,11) "Y te alegrarás con todo lo bueno" ("vesamájta bejól hatóv") que resulta obviamente en el marco de lo permitido, y con el mismo valor señalará a la "condición de Mashíaj" ("bejinát mashíaj") que tiene el líder -y en virtud de la cual, surge el derecho del liderado-, y aún señala a la expresión (Bamidbar-Num. 31,38) "dos y setenta" ("shnáim veshiv'ím"), 72, el valor del "Jésed" (y también de "todo lo bueno", "kol hatóv", que acabamos de ver) en su mayor extensión, ya en palabras, en su realización perfecta.
Parece servir ante nosotros el estudio de hoy, listo y dispuesto, otro importante fundamento para la institución del liderazgo. La responsabilidad del líder sobre su público no tiene límite: no sólo que tiene prohibido el líder enriquecerse por beneficio de sus potestades, sino que incluso su propio peculio y riqueza individual, y todos los órdenes de su vida, están comprometidos en su misión pública, hasta el punto que de su propia parte del botín -de todo botín- expiará por el colectivo. No así el soldado, el ciudadano común, el obrero, agricultor o comerciante; ellos "saquearon cada quien para sí" ("bazazú Ish ló"), cuyo valor 369 es el de "con amor y (buena) voluntad" ("beAhavah uberatsón"), el de "Hashém sé quien-que me ayuda" ("Hashém heiéh 'ozér lí"), el de "Y dijo Hashém E-lokím" ("vaiómer Hashém E-lokím"). Sólo desde el carácter correcto ante Hashém de lo realizado, sólo con amor, sólo desde la alegría de todos y cada quien, que viene a incidir de modo determinante para el bien común.
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